Jennifer Cruz es una entre cientos de menores de edad que ha llegado al Área de la Bahía desde América Central. Se está adaptando a la vida como estudiante de una escuela secundaria en el Condado de San Mateo, a pesar de su temor a ser deportada. (Jeremy Raff/KQED)
La mayoría de los adolescentes afirma que lo más difícil de ir a la escuela es tener que levantarse temprano.
Jennifer Cruz, de 17 años, deja su cama a las 5:30 de la mañana.
“Estoy tan cansada,” afirma. “No quiero levantarme pero sé que debo hacerlo, así que estoy en pie.”
Su sobrinito aún duerme. Así que Jennifer camina de puntillas por el pasillo hacia el baño y se arregla.
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Mientras cepilla su largo cabello castaño, se acuerda del uniforme escolar que debía usar en El Salvador.
“Era verde, rojo y blanco,” recuerda Jennifer. “Debía llevar una falda, con medias blancas y zapatos negros.”
En los Estados Unidos, el uniforme “extraoficial” de los adolescentes empieza con unos vaqueros ajustados (estilo ‘skinny’). Hoy Jennifer lleva un par de color negro, una blusa roja con algunas lentejuelas y botas negras.
Su hermana mayor, Yesenia, consiguió la ropa de segunda mano gracias a la ayuda de varios amigos.
“A veces mis compañeros de trabajo me regalan ropa,” cuenta Yesenia. “Les digo que tengo una hermana, les muestro una foto de ella y ellos me dicen ‘tengo algo que le va a quedar.’”
Yesenia quiere que su hermana menor se logre integrar.
Pero Jennifer no es la típica adolescente.
Varios miembros de una pandilla violenta la amenazaron de muerte tanto dentro como fuera de su centro de estudios en El Salvador, y hasta llegaron a dispararle cuando caminaba sola hacia su casa.
Para escapar de la violencia, Jennifer dejó el hogar que conocía y cruzó tres fronteras a merced de un coyote (traficante).
Vive con Yesenia en el condado de San Mateo, y ahora le corresponde navegar por los pasillos de una escuela secundaria americana por primera vez.
Jennifer dice que su condición de estudiante nueva en un país nuevo la ha llevado a sentirse vulnerable de nuevo.
“Pensé que tal vez los chicos iban a ignorarme o burlarse de mí porque soy inmigrante,” dice Jennifer. “Cuando llegué [a la escuela] el primer día, temblaba de miedo.”
La clase favorita de Jennifer es la de arte. Las autoridades de la escuela secundaria dicen que no le alcanzará el tiempo para completar los requisitos de graduación antes de llegar a la edad en que deberá abandonar el colegio (Jeremy Raff/KQED).
Ella asegura que le ha sorprendido encontrar a muchos inmigrantes nuevos como ella en su escuela.
Todos los días, ella y otros estudiantes nuevos inmigrantes toman tres cursos intensivos de inglés para aprender los aspectos básicos del idioma – desde vocabulario hasta comprensión de lectura.
Jennifer también asiste a clases básicas de álgebra, de educación física y de arte con otros estudiantes angloparlantes.
Comprender toda esta nueva información ha sido un proceso lento para ella – en especial en cuanto al inglés.
Y aunque lograra manejar este idioma de forma fluida a partir de mañana, Jennifer no se podría graduar. Las autoridades del centro educativo explican que debido a que cumple los 18 el año que viene, no le alcanzará el tiempo para completar todos las clases requisitos. Jennifer tendrá que matricularse en una escuela para adultos o encontrar trabajo al final del año entrante.
Sin embargo, a Jennifer no le preocupa su futuro académico en este momento.
¿Entonces qué ocupa su mente? Como cualquier adolescente, la emoción de hacer nuevos amigos en el colegio.
“Todos nos sentamos en las escaleras [de la escuela] y comemos juntos,” asegura Jennifer. “Es nuestro pequeño grupo. Si alguno de nosotros no llega al colegio, lo llamaremos a su celular para averiguar qué está pasando.”
Pero Jennifer admite que aún no confía lo suficiente en sus nuevos amigos como para contarles los detalles de lo que enfrentó en El Salvador.
Uno de sus pocos momentos a solas se presenta en el bus durante el viaje de regreso a casa. Se dirige inmediatamente a la parte trasera del bus y toma asiento al lado de una ventana.
Jennifer piensa acerca de su situación legal y de su madre.
Jenni y su hermana mayor, Yesenia, ‘video chatean’ con su madre, que se encuentra en El Salvador. Es la primera vez que Yesenia ha visto a su madre en 10 años. (Jeremy Raff/KQED)
Su madre ha recibido amenazas por parte de pandillas en su vecindario en El Salvador, lo que la ha llevado a refugiarse, en estos momentos, dentro de una iglesia cercana.
Esto realmente preocupa a Jenni.
Algunas horas más tarde, esa misma noche, Jenni recibe una llamada inesperada. Su mamá ha pedido prestado un teléfono inteligente (‘smartphone’) y, por primera vez, cuentan con una conexión de video en vivo.
“¡Hola, mamá! ¿Cómo estás? ¿Fuiste hoy al trabajo?” le pregunta Jennifer, en español, mientras brinca sobre su cama de la emoción.
Le da el teléfono a Yesenia, quien no ha visto a su madre en 10 años. Yesenia rompe a llorar.
El último año ha sido duro para Yesenia.
Su esposo y ella luchan por mantener a tres familiares, a su hijo de cuatro años y ahora a Jennifer. También ha tenido que faltar al trabajo para acompañar a su hermana a sus citas y procedimientos legales.
“Es muy difícil en este momento,” reconoce Yesenia. “En la actualidad mi esposo trabaja horas extra para pagar el alquiler. Nosotros cubrimos los gastos de cualquier cosa que necesiten.”
La buena noticia es que, tras meses de búsqueda, las hermanas encontraron a un abogado que no les cobra por llevar el caso de Jennifer.
Están trabajando con el abogado para armar el caso judicial de Jennifer para que ella pueda calificar bajo lo que se conoce como “situación especial juvenil de inmigrante.”
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Su caso legal se presentará ante la corte en octubre.
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